Homenaje a un amigo desconocido

Juan Fº Gómez Espinar


Una indagación sobre el destino de toda obra humana es,
siempre una aventura comprometida.
Poco o nada te conocí, llegué tarde a tu persona pero,
los que te disfrutaron avalan tu arquitectura.

Cuando dibujamos el arco cronológico de nuestras vidas,
lo hacemos en años o en décadas de exposición.
Tiempo de construcción y destrucción,
de sentido de permanencia y de desecho.

El destino es obra natural o conceptual,
dependiendo quien lo dirija.
El nos da las cartas,
y nosotros jugamos la partida.

La tuya duró poco, te fuiste muy pronto,
privándome de la performance de tu propia identidad.
Pero tú discurso poético, musical y comprometido,
Nunca clamará en el desierto.

Seguirá conectado directamente con figuras receptoras,
adeptos al mensaje que divulgabas allá donde estuvieses.
Ya fuese en el Ateneo,
ya en los encuentros de Encuentros.

Amigo de muchos desconocido para mí, no te debo nada,
pero me uno a tu homenaje.
Con la certeza cierta de que hubiésemos tenido un futuro,
unidos en una utópica relación, imposible.

Imperante lo inexorable nos queda el recuerdo de tu obra,
con fuerza y sin etiquetas distorsionadoras.
Pensamiento laico con lenguaje limpio y nítido que,
con voz recia y reflexiva acompañabas.

Una vez, solo una vez te escuché cantar y me ganaste,
no como fan a su ídolo.
Sino como el reactualizador de canciones que en el juego de mi partida,
convergen en una única pieza, yo.

Gracias Gabriel por haber estado ahí,
dejando sobre tus amigos y compañeros un poso de dignidad.
La misma que ellos me trasvasan todos los jueves,
entre construcción y destrucción.
FELIZ VIAJE…

 

Trazos inconexos

Juan Fº. Gómez Espinar

 

No hay color que mancille la escena.
Oscuridad y expresión del drama presente,
dolor alienado con el sueño
sin una razón aparente.

No desvela alegría o exaltación alguna.
Más bien, es la visión de una pesadilla solapada
a la espera de que mañana se rompa
este violento silencio.

Sentimientos abstraídos sin pretexto,
nobles y sinceros, rotos y violentados.
Frustración de mi alma
y de mi espíritu.

Asesinato de un proyecto de futuro.
Traición, pesadumbre, luto, odio.
Pero fuerza para predecir un horizonte luminoso,
a la espera de que pronto se puede escindir el hoy.

(Diciembre 2014)

A galopar

 

Rafael Alberti

Las tierras, las tierras, las tierras de España,
las grandes, las solas, desiertas llanuras.
Galopa, caballo cuatralbo,
jinete del pueblo,
al sol y a la luna.

¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!
A corazón suenan, resuenan, resuenan,
las tierras de España, en las herraduras.

Galopa, jinete del pueblo
caballo de espuma
¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!

Nadie, nadie, nadie, que enfrente no hay nadie;
que es nadie la muerte si va en tu montura.
Galopa, caballo cuatralbo,
jinete del pueblo
que la tierra es tuya.

¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!

Cúbreme, amor, el cielo de la boca

Cúbreme, amor, el cielo de la boca
con esa arrebatada espuma extrema,
que es jazmín del que sabe y del que quema,
brotado en punta de coral de roca.

Alóquemelo, amor, su sal, aloca
Tu lancinante aguda flor suprema,
Doblando su furor en la diadema
del mordiente clavel que la desboca.

¡Oh ceñido fluir, amor, oh bello
borbotar temperado de la nieve
por tan estrecha gruta en carne viva,

para mirar cómo tu fino cuello
se te resbala, amor, y se te llueve
de jazmines y estrellas de saliva!

Romance de la luna

Federico García Lorca

La luna vino a la fragua
con su polisón de nardos.

El niño la mira, mira.
El niño la está mirando.

En el aire conmovido
mueve la luna sus brazos
y enseña, lúbrica y pura,
sus senos de duro estaño.

Huye luna, luna, luna.
Si vinieran los gitanos,
harían con tu corazón
collares y anillos blancos.

Niño, déjame que baile.
Cuando vengan los gitanos,
te encontrarán sobre el yunque
con los ojillos cerrados.

Huye luna, luna, luna,
que ya siento sus caballos.
Niño, déjame, no pises
en mi blancor almidonado.

El jinete se acercaba
tocando el tambor del llano.
Dentro de la fragua el niño,
tiene los ojos cerrados.

Por el olivar venían,
bronce y sueño, los gitanos.
Las cabezas levantadas
y los ojos entornados.

Cómo canta la zumaya,
¡ay, cómo canta en el árbol!
Por el cielo va la luna
con un niño de la mano.
Dentro de la fragua lloran,
dando gritos, los gitanos.

El aire la vela, vela.
El aire la está velando.

 

Una noche de verano

Propuesta por Carmen Costa

Antonio Machado

Campos de Castilla

Una noche de verano
estaba abierto el balcón
y la puerta de mi casa
la muerte en mi casa entró.
Se fue acercando a su lecho
ni siquiera me miró,
con unos dedos muy finos,
algo muy tenue rompió.
Silenciosa y sin mirarme,
la muerte otra vez pasó
delante de mí. ¿Qué has hecho?
La muerte no respondió.

Mi niña quedó tranquila,
dolido mi corazón,
¡Ay, lo que la muerte ha roto
era un hilo entre los dos!.

Vientos del pueblo

Miguel Hernandez

Vientos del pueblo me llevan,
vientos del pueblo me arrastran,
me esparcen el corazón
y me aventan la garganta.
Los bueyes doblan la frente,
impotentemente mansa,
delante de los castigos:
los leones la levantan
y al mismo tiempo castigan
con su clamorosa zarpa.

No soy un de pueblo de bueyes,
que soy de un pueblo que embargan
yacimientos de leones,
desfiladeros de águilas
y cordilleras de toros
con el orgullo en el asta.
Nunca medraron los bueyes
en los páramos de España.

¿Quién habló de echar un yugo
sobre el cuello de esta raza?
¿Quién ha puesto al huracán
jamás ni yugos ni trabas,
ni quién al rayo detuvo
prisionero en una jaula?

Asturianos de braveza,
vascos de piedra blindada,
valencianos de alegría
y castellanos de alma,
labrados como la tierra
y airosos como las alas;
andaluces de relámpagos,
nacidos entre guitarras
y forjados en los yunques
torrenciales de las lágrimas;
extremeños de centeno,
gallegos de lluvia y calma,
catalanes de firmeza,
aragoneses de casta,
murcianos de dinamita
frutalmente propagada,
leoneses, navarros, dueños
del hambre, el sudor y el hacha,
reyes de la minería,
señores de la labranza,
hombres que entre las raíces,
como raíces gallardas,
vais de la vida a la muerte,
vais de la nada a la nada:
yugos os quieren poner
gentes de la hierba mala,
yugos que habéis de dejar
rotos sobre sus espaldas.

Crepúsculo de los bueyes
está despuntando el alba.

Los bueyes mueren vestidos
de humildad y olor de cuadra;
las águilas, los leones
y los toros de arrogancia,
y detrás de ellos, el cielo
ni se enturbia ni se acaba.
La agonía de los bueyes
tiene pequeña la cara,
la del animal varón
toda la creación agranda.

Si me muero, que me muera
con la cabeza muy alta.
Muerto y veinte veces muerto,
la boca contra la grama,
tendré apretados los dientes
y decidida la barba.

Cantando espero a la muerte,
que hay ruiseñores que cantan
encima de los fusiles
y en medio de las batallas.

Sonetos del hereje

Andrés Acosta González
Zufre 2008 y Tres Cantos 2010.

Los tres sonetos del hereje, la Santa Madre Iglesia y la Santa Inquisición de la herética pravedad
Siempre he imaginado con horror el terrible destino de los miles y miles de personas que la Iglesia ha asesinado a lo largo de los siglos. La ejecución en la hoguera, magistralmente descrita por Delibes en su novela El hereje, ha sido utilizada por las Iglesias católica y reformada, pero especialmente por la católica con mucha frecuencia desde el siglo XII hasta el siglo XIX. Pienso que los cristianos deberían tener esto muy en cuenta.
A esas pobres personas que fueron asesinadas por la Iglesia en la hoguera, simplemente por defender sus ideas o sus creencias, dedico estos tres modestos sonetos.

1. EL TRIBUNAL

Dime hereje, ¿te han dicho que debas pensar?
Dime, ¿por qué te has tomado la molestia?
¿No sabes que es la hora de la bestia?,
a la que llaman Papa en Roma, un lupanar.

Arriba, arriba, sobre una amplia tarima
asoman sus bonetes los inquisidores,
escupen las denuncias de los traidores
contra ti, víctima hundida en una sima

llena de terror, asombro y mudo espanto,
donde las serpientes del odio a la razón
lucen bífidas las lenguas de su moral.

Nula es tu defensa en el adelanto
de la sentencia dictada sin corazón;
ellos ya vislumbran hogueras para el mal.

2. LA PRISIÓN

Por el hueco limpio de la rendija
el preso hereje divisa la vida,
la luz y los colores son una herida
muy honda en la retina mientras rija

el tono gris oscuro en la salmodia
y el tenebroso resplandor terrible.
Algún día, pensó en su cubil horrible,
nacerán otras visiones en la historia;

alrededor del Sol la Tierra viajará
con todos dibujando las estrellas,
soñando mundos a miles como Bruno.

Todos los colores del espectro harán
un tapiz inmenso y bello para ellas,
las bellas libres ideas de cada uno,

la herejía perfecta y deliberada,
el dardo en Babilonia derrotada.

3. LA HOGUERA

Las llamas son verdes, azules y rojas,
ya devoran la herejía contrastada
como lo dice la verdad acreditada.
Es la sombra, la que emana de las hojas

de los libros miniados y sagrados,
cantados, recitados y pintados,
adornados, hilados, dibujados,
conciliados, inventados y engañados

para lanzar al aire las cenizas
irisadas en ventisca bendecida
inundando en resplandor dorado

las risas grotescas de rabizas
y la goyesca boca enardecida
frente a la luz del saber atropellado.

Andrés Acosta González Zufre 2008 y Tres Cantos 2010.

Niño yuntero

Miguel Hernandez

Carne de yugo ha nacido
mas humillado que vello,
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello.

Nace, como la herramienta,
a los golpes destinado,
de una tierra descontenta
y un insatisfecho arado.

Entre estiercol puro y vivo
de vacas, trae a la vida
un alma color de olivo
vieja ya y encallecida.

Empieza a vivir y empieza
a morir de punta a punta
levantando la corteza
de su madre con la yunta.

Empieza a sentir y siente
la vida como una guerra,
y a dar fatigosamente
en los huesos de la tierra.

Contar sus años no sabe,
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador´

Trabaja y mientras trabaja
masculinamente serio
se unge de lluvia y se alhaja
de carne de cementerio.

A fuerza de golpes fuerte,
y a fuerza de sol, bruñido,
con una afición de muerte
despedaza un pan reñido.

cada nuevo día es
mas raiz, menos criatura,
que escucha bajo sus pies
la voz de la sepulltura.

Y como raiz se unde
en la tierra lentamente
para que la tierra inunde
de paz y panes su frente.

Me duele ese niño hambriento
como una grandiosa espina
y su vivir ceniciento
revuelve mi alma de encina.

Lo veo arar los rastrojos
y devorar un mendrugo,
y declarar con los ojos
que porqué es carne de yugo.

Me da su arado en el pecho,
y su vida en la garganta,
y sufro viendo el berbecho
tan grande bajo su planta.

¿Quien salvará este chiquillo
menor que un gramo de avena?
¿De donde saldra el martillo
verdugo de esta condena?

Que salga del corazón
de los hombres jornaleros
que antes de ser hombres, son
y han sido niños yunteros.

Triunfo del amor

Vicente Aleixandre,

Brilla la luna entre el viento de otoño,
en el cielo luciendo como un dolor largamente sufrido.
Pero no será, no, el poeta quien diga
los móviles ocultos, indescifrable signo
de un cielo líquido de ardiente fuego que anegara las almas,
si las almas supieran su destino en la tierra.

La luna como una mano,
reparte con la injusticia que la belleza usa,
sus dones sobre el mundo.
Miro unos rostros pálidos.
Miro rostros amados.
No seré yo quien bese ese dolor que en cada rostro asoma.
Sólo la luna puede cerrar, besando,
unos párpados dulces fatigados de vida.
Unos labios lucientes, labios de luna pálida,
labios hermanos para los tristes hombres,
son un signo de amor en la vida vacía,
son el cóncavo espacio donde el hombre respira
mientras vuela en la tierra ciegamente girando.

El signo del amor, a veces en los rostros queridos
es sólo la blancura brillante,
la rasgada blancura de unos dientes riendo.
Entonces sí que arriba palidece la luna,
los luceros se extinguen
y hay un eco lejano, resplandor en oriente,
vago clamor de soles por irrumpir pugnando.
¡Qué dicha alegre entonces cuando la risa fulge!
Cuando un cuerpo adorado;
erguido en su desnudo, brilla como la piedra,
como la dura piedra que los besos encienden.

Mirad la boca. Arriba relámpagos diurnos
cruzan un rostro bello, un cielo en que los ojos
no son sombra, pestañas, rumorosos engaños,
sino brisa de un aire que recorre mi cuerpo
como un eco de juncos espigados cantando
contra las aguas vivas, azuladas de besos.

El puro corazón adorado, la verdad de la vida,
la certeza presente de un amor irradiante,
su luz sobre los ríos, su desnudo mojado,
todo vive, pervive, sobrevive y asciende
como un ascua luciente de deseo en los cielos.

Es sólo ya el desnudo. Es la risa en los dientes.
Es la luz o su gema fulgurante: los labios.
Es el agua que besa unos pies adorados,
como un misterio oculto a la noche vencida.

¡Ah maravilla lúcida de estrechar en los brazos
un desnudo fragante, ceñido de los bosques!
¡Ah soledad del mundo bajo los pies girando,
ciegamente buscando su destino de besos!
Yo sé quien ama y vive, quien muere y gira y vuela.
Sé que lunas se extinguen, renacen, viven, lloran.
Sé que dos cuerpos aman, dos almas se confunden.

Quevedo poesía grave

Érase un hombre a una naríz pegada

Érase una naríz superlativa,
érase una alquitara medio viva,
érase un peje espada mal bordado;
era un reloj de sol mal encarado
érase un elefante boca arriba,
érase una naríz sayón y escriba,
un Ovidio Nasón mal naringado;
érase el espólon de una galera,
érase una pirámide de Egipto,
los doce tribus de narices era;
érase un narcisismo infinito,
frisón archinariz, caratulera,
sabañón garrafal, morado y frito.

———————–

¿Que otra cosa es verdad sino pobreza,
en esta vida frágil y liviana?
Los dos embustes de la vida humana
desde la cuna son honra y riqueza.

El tiempo, que ni vuelve ni tropieza,
en horas fugitivas la devana,
y en enredo anhelar, siempre tirana,
la Fortuna fatiga su flaqueza.

Vive muerte callada y divertida
la vida misma; la salud es guerra
de su propio alimento combatida.

¡Oh cuánto inadvertido el hombre yerra,
que en tierra teme que caerá la vida,
y no ve que en viviendo cayo la tierra.!

———————–

Mejor me sabe de un cantón la sopa
y el tinto con la mosca y la zurrapa,
que al rico que se engulle todo el mapa
muchos años de vino en ancha copa.
Bendita fué de Dios la poca ropa,
que no carga los hombros y los tapa;
más quiero menos sastre que más capa:
que hay ladrones de seda, no de estopa.

Llenar, no enriquecer, quiero la tripa;
lo caro trueco a lo que bien se sepa;
somos Píramo t Tiesbe yo y mi pipa.

Más descansa quien mira que quien trepa;
regueldo yo cuando el dichoso hipa,
él asido a la fortuna, yo a la cepa.